lunes, noviembre 29, 2010

La "y" griega sigue siendo "y" griega

¡Alto ahí! ¡Que no cunda el pánico! Léase el siguiente artículo publicado ayer en El País:

La be sigue siendo be
Las academias del español acuerdan en la ciudad mexicana de Guadalajara mantener la ortografía con nuevas recomendaciones de uso.- La Feria está dedicada este año a Castilla y León... (Ver más pulsando aquí)

martes, junio 22, 2010

Una última recomendación

Para completar las entradas precedentes, creo que es muy recomendable escuchar el especial titulado "La pelota en verso" del programa "El ojo crítico" de RNE.


Cultura y fútbol no son incompatibles (El Ojo Crítico)

sábado, junio 19, 2010

Poema a un guardameta

En la entrada anterior ya ha quedado en evidencia que el fútbol, así como otros deportes, ha sabido inspirar a narradores e, incluso, poetas. Como simple muestra, he aquí un poema de Miguel Hernández, poeta de cuyo nacimiento ahora se celebra el centenario, así que me ha parecido muy oportuno combinar esta referencia al fútbol con los versos del actualmente homenajeado Miguel.
El poema está dedicado al "guardameta" (¡qué bonita palabra! no como ese prosaico "portero", que parece empleado de finca urbana más que deportista de élite) de un equipo local.

A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela.

Elegía al guardameta

Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?

En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.

Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.

Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.

Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.

Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.

Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.

Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.

Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.

Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.

Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.

A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

Miguel Hernández

Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol

(Si vamos a hablar de fútbol, elijamos un buen cuento y sonriamos al final, sin olvidar cuánta verdad hay en ese final y qué peligroso puede ser cuando en lugar de un niño, son decenas de nerviosos seguidores.)

Cuento de Roberto Fontanarrosa


Porque yo lo conocí a Cardaña. Y porque lo conocí a Cardaña puedo afirmar que mucho se equivocan aquellos que juzgaron o juzgan al áspero centrehalf peñarolense a través de la imagen recogida en los campos de juego.
Yo sé que es difícil imaginar, suponer, adivinar, una personalidad tierna y sensible escondida tras la carnadura hosca y prepotente del capitán de los aurinegros. Yo entiendo que no es sencillo intuir el gesto amable o la frase cordial en un hombre que hizo del encontronazo cruel, la pierna arriba o el gesto acerbo, una marca personal e indeleble a lo largo de su prolongada campaña. A lo sumo, admito, era factible entrever en él la grandeza, el coraje y una hombría de bien reconocida incluso por aquellos que fueron sus víctimas, encarnizados rivales o detractores.
Pero yo lo conocí a Cardaña y creo que fui uno de los pocos privilegiados que pudo compartir su círculo áulico, cimentado en el respeto mutuo y los afectos sobreentendidos. Y fue ese respeto, ese sobreentendido, el que me permitió ser testigo de un hecho, de una anécdota, que echa por tierra el equivocado concepto de considerar a Wilmar Everton Cardaña como un mero cacique huraño, un ríspido patrón de la media cancha, temido y evitado por los rivales. ¡Cuántas veces el insulto hiriente, el epíteto injusto, el cantico soez, cayó desde la gradería rival sobre la humanidad generosa de mi amigo! Sin duda alguna, muchos de aquellos que ayer desgranaron los más pesados e injuriosos improperios contra Wilmar Everton Cardaña se sentirán incómodos o arrepentidos al finalizar de leer esta nota que revela la otra cara del ídolo deportivo. ¡Cuánta nobleza habitaba el pecho inconmensurable de Wilmar! ¡Cuánto valor cívico podía esconderse bajo el glorioso número cinco prendido a la mirasol peñarolense, ya fuera sobre el césped del Estadio Centenario, en cualquier campo de la vecina Buenos Aires, o en la grama misma de tantos y tantos estadios brasileños donde los frágiles y siempre pusilánimes morenos le temían como a una figura mitológica!
No por nada, mi amigo y colega Pablo Aladino Puseya, inolvidable periodista, desaparecido ya, que supo firmar sus columnas en "El Tero Alerta" de Rocha con el ingenioso pseudónimo de "Banderín de Córner", bautizó a Cardaña como "El Hombre". Así, a secas, con mayúsculas, porque supo advertir en Cardaña al luchador indoblegable, al deportista cabal de vergüenza invicta, más allá de la circunstancial controversia sobre un puntapié a destiempo o una fractura expuesta. Tiempo después, algún pícaro modificó el apelativo para extenderlo a "El Hombre de Roble", lo que, en sí, parecía configurar un elogio a la increíble solidez de sus piernas ligeramente chuecas, pero que en verdad escamoteaba la verdadera intención del apodo, que aproximaba a Cardaña a la infame condición de "tronco". Lo avieso de la maniobra lo certifica el hecho de que esta deformación de su apodo fue adaptada velozmente por los seguidores de Nacional. Y no quedó allí la cosa, porque después de aquel desgraciado incidente con Fanego (el veloz punterito de Huracán Buceo que se destrozara una clavícula contra el alambrado olímpico en un cruce fortuito con Cardaña) parte de un periodismo no propiamente imparcial, pasó a llamarlo "El Hombre de Neanderthal". Quisiera que esta anécdota, que puedo contar dado el particular contacto que tuve con el caudillo indiscutible de Peñarol, eche algo de luz sobre la "leyenda negra" que sobre él se derramara desaprensivamente. A mucho tiempo de los hechos, pienso que el mismo Cardaña, refugiado hoy en la paz y el reposo de su hogar en Treinta y Tres, me perdonará que refiera lo ocurrido en circunstancias de aquella histórica final del 54, tema que él, por pudor y humildad, jamás quiso develar. Puede que el relato aporte también nuevas referencias a los amigos tangueros, ya que lo sucedido en torno a esa final inolvidable fue inmortalizado en un tango que, precisamente, lleva por nombre "La número cinco". La anécdota revelara que el título de la pieza se refiere a la casquivana pelota de futbol, y no al número que lucía la camiseta de Wilmar Everton Cardaña sobre sus dorsales, ni al que identificaba (este fue un rumor poco serio y malintencionado) a una damisela aspirante al trono de "Miss Paysandú" y por quien, dicen, suspiraba el inspirado compositor de tangos.
Aquella mañana del 3 de noviembre de 1954 llegué al hotel Olinto Gallo, donde se alojaba habitualmente el plantel de Peñarol, palpitando encontrarme con un clima de nervios y tensión, acorde con la magnitud del gran encontronazo final con el clásico enemigo de todos los tiempos: Nacional. Había una efervescencia formidable en Montevideo y los tamborines de la murga "Los que pelan la chaucha" no habían dejado de atronar el barrio de La Tumba en toda la noche. Sin embargo, me hallé con un grupo de muchachos --jugadores, técnicos y dirigentes-- departiendo mansamente luego del desayuno, al parecer olvidados de la proximidad de la justa. Pero esa primera impresión fue efímera. Algún gesto falso, ciertas torpezas en los movimientos, un par de respuestas destempladas o el rechinar penetrante de algunas dentaduras, denotaban el crispamiento interior, el desgarro insoportable de la espera.
Pregunté por Cardaña y me contestaron que el recio capitán se había retirado a su habitación luego de merendar. Subí a su pieza, con la familiaridad que me confería su actitud amistosa hacia mí, y me invitó a pasar con un gruñido. Wilmar Everton Cardaña era hombre de pocas palabras, muy pocas, como todo hombre criado en el campo, entre vacas y animales poco propensos al diálogo. Creo que hasta ese día --y ya llevábamos más de dos años de amistad--, solo le había contabilizado nueve palabras, monosilábicas en su mayoría. Y vale la pena consignar que más de la mitad de ellas las había gastado en una sola frase, previa a otro partido importante, cuando levantándose imprevistamente de una tertulia, anunció: "Permiso, voy a ir al baño". Era así, directo, franco, hombre de llamar al pan, pan, y al vino, vino, y no podían esperarse del frases grandilocuentes o inflamados discursos. De mas esta decir que era la tortura de los periodistas radiales quienes, mas de una vez, debieron quitarle los auriculares sin haber obtenido de él ni un dato, ni un nombre, ni una fecha. Encontré a un Cardaña taciturno y cariacontecido, cosa que atribuí a la responsabilidad del partido de la tarde. En aquella época no habían proliferado las líneas de ropa deportivas; por lo tanto, en las concentraciones, los players usaban sus propios atuendos a veces de gustos caprichosos o discutibles. Cardaña llevaba puesto un saco marrón, colocado al revés, o sea, con la pechera sobre la espalda, lo que lo hacía parecer sujeto por un chaleco de fuerza.
--Es por el pecho-- me dijo, señalándose el cuello. Yo sabía que sufría de severas anginas de pecho. El cigarrillo --aquellos cigarritos negros "Barbudas", de la época, que solía lucir detrás de la oreja durante los partidos-- le había instalado una tos seca en el pulmón derecho y una tos convulsa en el izquierdo. Parecía mentira que un hombre que fumaba como él, casi siete etiquetas por día, pudiese tener ese despliegue incesante y depredador en el campo de juego. ¡Cuántos jugadores de hoy en día, con los tan mentados y publicitados sistemas de entrenamiento, dietas especiales y cuidados dignos de una odalisca quisieran poseer aquella inagotable capacidad física que acreditaba Cardaña, aun considerando sus excesos y descuidos! ¡Cuántos de los señoritos de hoy en día, atentos siempre a sus peinados y manicuras, se hubieran atrevido a mostrarse a la prensa en saco de calle vuelto del revés, camiseta musculosa debajo y pantalón pijama, sin temor a ser el hazmerreir o al escarnio!
En la misma habitación de Cardaña estaba Nelson Amadeus Farragudo, aquel implacable marcador de punta, el del gol agónico al Wanderers en el 49, de sombrero de fieltro sobre los ojos, tomando mate. Le decían "El Buitre" Farragudo, no solo por la nauseabunda peladura de su cuello, sino porque, cual la conocida ave carroñera, era quien caía sobre los restos de las victimas de Cardaña, cuando este recibía a los delanteros rivales por el medio de la cancha. Por la mustia actitud de Farragudo --mitigaba el sonido del mate cubriéndose la cabeza con una toalla-- comprendí que algo no andaba bien en mi amigo, su compañero de pieza, el legendario centrehalf peñarolense.
Por si no lo he dicho, Wilson Everton Cardaña tenía una cara de rasgos grandes, muy marcados. Las cejas, negras y pobladas, se juntaban sobre el puente de la nariz. Los ojos, sin ser bellos, eran saltones y parecían querer fugarse por debajo de unos parpados gruesos, de piel porosa como la de los citrus. La nariz era prominente, larga, carnosa, de aletas amplias. La boca se abultaba bajo el bigote generoso y se alargaba hacia los costados, pareciendo que las comisuras profundas podían alcanzar los peludos lóbulos de las orejas, también enormes. Entre estos lóbulos y la boca, sin embargo, se interponían dos hondonadas como tajos, arrancando desde los pómulos protuberantes para bajar y delimitar con claridad el mentón avanzado y desafiante. Daba la impresión de que uno podía tomar esa porción inferior de la cara, por aquellos surcos que partían de las mejillas, y quitarla de allí, como si fuese un aditamento plástico removible. Había en ese rostro algo perturbador y obsceno pero, al mismo tiempo, sobrecogedor. Era como contemplar un fiordo inmemorial, un precipicio de roca desnuda, el magma primigenio. Era asomarse al inicio de la naturaleza. Y ese rostro, aquel día, estaba transfigurado.
Consciente Cardaña de que yo había percibido ese clima extraño y dislocado, fue hasta una cómoda y saco algo de uno de los cajones. Pronto se me acerco con la facilidad que le daba nuestra confianza mutua, y me extendió una hoja de papel azul.
--Es una carta-- me aclaro.
Leí la carta y, en ella, con una letra despareja, salpicada de errores ortográficos, decía: "Soy casi un niño y, desde hace mucho tiempo, me hallo encerrado en una oscura sala del Hospital Muñoz. Padezco de un mal reversible y, por eso mismo, no estaré el domingo en el estadio para alentar al glorioso Peñarol. Si no es mucho pedir, me haría muy feliz tener en mis manos la pelota con que se juegue el encuentro, firmada por todo el plantel mirasol. Si es necesario pagar, adjúnteme la factura, que oblaré gustoso con dinero que he ahorrado privándome de la medicación. Suyo, José Petunio Invenianto, cama 747."
Confieso que terminé de leer aquella carta con los ojos nublados por el llanto. ¿Cuántos purretes de hoy en día, deslumbrados por el artificio de la tecnología y la banalidad de la computación, serían capaces de solicitar a su ídolo deportivo el humilde y significativo obsequio de una pelota? ¿Cuántos niños de la actualidad, engañados por la urgencia de una sociedad que no sabe de la pausa para la charla amable o la reflexión, tendrían la delicada paciencia de solicitar la pelota para "después" del partido y no para "antes" del mismo, con todos los inconvenientes que esa voracidad podría provocar en la popular justa? Pero mi sorpresa fue inmensa y total cuando alcé los ojos. Allí, delante mío, Wilson Everton Cardaña, "El Hombre", "El Capitán Invicto", "El Hacha" Cardaña estaba llorando. Aquel que hiciera callar de un solo chistido a 150.000 brasileños aterrados en el estadio Pacaembu, cuando la final de la Copa Roca! Aquel que se bajo los pantaloncitos y el calzoncillo punzo para mostrar sus testículos velludos, uruguayos y celestes a la Reina Isabel en el mismísimo estadio de Wembley! Aquel que ya a los ocho años quebrara en tres partes el tabique nasal a su profesora de música en la escuelita sanducense... estaba llorando! Esta cartita escrita sobre el burdo papel azul por aquel botija preso en la fría sala del Hospital Muñoz había hecho el milagro de ablandar el corazón, en apariencia fiero, del granítico centrehalf de Peñarol y la selección uruguaya.
No abundaré en detalles ni cederé a la tentación periodística de recordar los avatares de aquel partido memorable que terminó con el resultado por todos conocido. Callé la historia por mí presenciada en la habitación de Cardaña, por pudor y por prudencia, consciente de que no saldría de mis labios ese relato, como así tampoco de los del "Buitre" Farragudo, austero en su vocabulario como en su manejo del balón.
El lunes, al día siguiente del encuentro, acudí al Hospital Marcelo Muñoz, a ser testigo del final de la historia. Esperaba hallar allí tan solo a Cardaña pero ¡cuán grande sería mi sorpresa al ver a las puertas de nosocomio el plantel integro de Peñarol, algunos aun con la camiseta puesta bajo el saco, deseosos de cumplir con el pedido postal! Y lo increíble, lo conmovedor, es que no se habían reunido allí por un acuerdo previo o concertado. Uno a uno, por su propia cuenta, con la misma coordinación que ponían en el campo de juego para implementar la ley del off-side o presionar a un juez de línea, habían llegado hasta el Muñoz para acompañar al capitán en la entrega del preciado regalo! ¿Cuántos planteles de la actualidad, ahítos de dinero y fama fácil, serian capaces de repetir aquella escena, aquella convocatoria, llevada a cabo por hombres simples y cabales, deportista que no conocían los devaneos en torno a contratos fabulosos ni los desplantes exigentes por unas cuantas monedas de oro, antes de comenzar algún encuentro?
Y entonces fue el sinceramiento. Ante esa presencia masiva y espontánea, frente a tanta humanidad enternecida, Wilson Everton Cardaña no aguantó más y lloró como una criatura. Lo seguí yo y luego el plantel. Lloramos abrazados sin avergonzarnos de los facultativos que nos miraban con cierta curiosidad o de los transeúntes que acertaban a pasar por el lugar. Algún periodista, mal periodista, arriesgó luego la mezquina versión que el plantel de Peñarol lloraba aun el lunes la ignominia de la abultada derrota, soslayando el hecho irrefutable de que se trataba tan solo de un acto de amor y desprendimiento. ¡Cuántos periodistas de hoy en día, mercenarios que ponen su pluma al servicio de quien más paga, habrían hecho exactamente lo mismo que aquel sicario de la prensa amarilla!
Desahogados en parte, pero aun trémulos por lo tocante de la escena, pudimos seguir rumbo a la sala 2, media hora más tarde. Adelante, Cardaña, con la número cinco entre sus manos enormes. Atrás, yo y el plantel, encolumnados en un remedo de la tantas veces repetida entrada a la cancha.
Y quiero ser cauteloso al narrar lo que sucedió después, ya que tuvo ciertos rasgos sorpresivos e inesperados. Como así también advertir al lector que mi fidelidad al relato me obliga al uso de palabras que no son de mi predilección, a pesar de ser moneda corriente en la vía pública.
Fue casi simultáneo entrar en la sala 2 e individualizar al pequeño que había solicitado el obsequio. Tendría doce, trece años y, cubierto por un camisón blanco de tela basta, se hallaba de pie sobre su cama, expectante, mirando hacia la puerta como si nos hubiese adivinado. Tal vez el revuelo de enfermeras y doctores lo alertó, quizás la intuición infantil, o tal vez el hecho de que, nosotros, nos acercábamos cruzando los largos y umbrosos pasillos cantando la Marcha del Deporte. Pareció no dar crédito a lo que veían sus ojos, las pupilas se le empañaron y comenzó a temblar como atacado por la fiebre. Impresionado, Cardaña se acercó a él y le entregó la pelota firmada por todos. El pibe la miró, nos miró a nosotros, volvió a mirar la pelota, nos volvió a mirar a nosotros y finalmente gritó:
--Hijos de puta! ¿Cómo pueden perder con eso chotos de Nacional?
Confieso que nos quedamos estupefactos, helados por lo sorpresivo de la agresión.
--¿Cómo carajo puede ser que esos putos nos hagan cuatro goles?-- siguió gritando el imberbe, ya absolutamente desaforado, roja la cara, las venas del cuello tensas, como a punto de estallar--. ¡Hijos de mil putas! Troncos de mierda! Métanse la pelota en el culo!
Y, acto seguido, arrojó el balón al rostro de Cardaña, estrellándolo contra su nariz. Vi palidecer al capitán y temí lo peor.
--Vendidos!-- seguía, para colmo, el botija-- Se vendieron como unos miserables! ¿Cuánta guita les pusieron para ir para atrás, guachos de mierda?
Vi a Cardaña dar un paso hacia el muchacho y supe que no podría contenerlo.
--Cagones!--vocifero el chico, empinándose hasta caer, casi, de la cama--. Maricones! Vayan a trabajar, ladrones!
Advertí, en el último instante, el brillo asesino de tigre en los ojos de Cardaña, el mismo que había apreciado tantas veces en las inmediaciones del área, y supe que atacaba. Se lanzó con los dos pies hacia adelante en la temida "patada voladora" y alcanzó al muchacho en pleno tórax, de la misma forma que puso fin a la carrera de Alberto Ignacio Murinigo, el prometedor número nueve del River Plate. Cayeron los dos del otro lado de la cama y, sobre ellos, se abalanzó una docena de enfermeros que se habían acercado atraídos por los gritos del botija.
Salimos destrozados del Muñoz. Los muchachos de Peñarol, heridos hasta lo más recóndito por la injusticia de los agravios recibidos. Yo, por lo estremecedor de la escena presenciada.
Al día siguiente, un médico de guardia me informó que el chico tenía cuatro costillas fisuradas, lo que obligaría a prolongar su internación seis meses más. También me dijo que el botija padecía de una calvicie irreversible, y que había solicitado permanecer internado a los efectos de no concurrir a una escuela técnica que detestaba. Que era un buen chico, en verdad muy hincha de Peñarol y que, meses atrás, se había hecho regalar un planeador firmado por un diestro del volovelismo que había batido un record sudamericano.
Muy pocos conocen esta anécdota, ya que una conjura de silencio se cernió en torno a ella. Yo me abrigué en el secreto profesional para no revelarla. El plantel de Peñarol calló el suceso por un natural prurito del deportista derrotado y en cuanto al agresivo muchacho, tengo información de que aun sigue en el mismo hospital, aunque ahora con el cargo de "jefe de enfermeras". Wilmar Everton Cardaña siguió jugando, desparramando coraje y sangre charrúa en cuanto campo de juego le toco en suerte asolar. Siguió acrecentando su fama de guapeza y virilidad sin límites. Siguió mostrando, en suma, una sola de sus dos caras o facetas: la del enérgico, pétreo y filoso centrehalf de los de aquellos tiempos.
Apenas un puñado de sus mas íntimos guarda, como un tesoro, el secreto de aquellas lagrimas que supo derramar ante el conmovedor y sencillo pedido de un niño.

(Dedicada al compañero Álvaro Tuzman, hincha de Peñarol.)

De fútbol y... ¿pero es que hay algo más?

Llevo varios días con ganas de comentar algo aquí, pero cuando no es por una cosa (exámenes), es por otra cosa (exámenes). Pero de hoy no pasa porque, si sigo pasando, se me va a pasar el mes (perdonadme tanto 'pasaje'). A mí el fútbol ni fú ni fá (es más creo que ni lo pronuncio bien, se me resiste esa 't' tan rara ahí en medio), pero una se acostumbra a todo en esta vida y ya sé que, cuando entro en una sala de clase, lo primero que me van a preguntar es ¿de qué cuadro sos, profe?, yo, al principio, decía: no, no soy de ninguno, no me gusta el fútbol, nadie me creía, claro, y seguían insistiendo durante todo el curso. Hasta que me aconsejaron que dijera cualquiera y que ese cualquiera, a ser posible, fuera el Estudiantes, porque, si el que me aconsejó tuviera que elegir uno, elegiría ése (además de que las chiquitajas no me perdonarían que fuera de otro). Así que ahora, cuando me preguntan por el cuadro al que pertenezco (y rehuyendo siempre la vena que me sale de decir que pertenezco al cuadro de la Rebelión de los Mamelucos, sobre todo porque nadie me entendería por estos lares), digo que pertenezco al Almería, en primer lugar (aunque no tengo ni remotamente idea de cómo será hoy por hoy el Almería) y luego al Estudiantes. Así que ahora soy hincha de dos equipos. Y voy a lo que iba.
En España el fútbol es casi el deporte nacional. Yo creía que los españoles eran fanáticos, que era demasiado y nooooooooooo, de ninguna manera. Aquí, sí que sí. Lo primero es el fútbol, lo segundo es el fútbol, lo tercero es el fútbol y, después, si hay suerte, puede ser que otras cosas. No es un simple mito eso de que aquí el fútbol no es el deporte rey (eso sería una atrocidad, dado la condición política del país), sino que es el deporte dios (si hasta dicen que la mano de Dios les ayudó contra los ingleses en el 86). Y eso en estado natural. Imaginaos ahora, con los Mundiales. No se habla de otra cosa (hasta yo hablo de él). Los canales donde no se retransmiten los partidos no los ven ni sus propios trabajadores y si sales a la hora del partido a la calle, puedes cruzar la ciudad de punta a punta en 10 minutos (cuando en otro horario, no se hace en menos de 30 minutos, esto comprobado con reloj en mano). Los niños no van al colegio cuando juega la selección (con permiso del mismísimo Ministerio de Educación) y si van, verán el partido en el cole (también con permiso del Ministerio de Educación). A los profesores nos han dado unos folletos informativos y orientativos para que lo que enseñemos estas semanas tenga tufo futbolístico. No es necesario que os diga que no le he hecho mucho caso a los folletos, aunque para no ser menos hemos leído Memorias de un wing derecho de Fontanarrosa.
En esta semana, más de uno, me ha comentado el resultado de España-Suiza como si me hablara del fallecimiento de algún familiar (y hablando de fallecimientos, hoy en todos los canales se ha vuelto a comentar como ciento y una vez los últimos resultados mundialistas, pero sólo en uno, como de pasada han comentado que ha muerto mi admiradísimo Saramago). Creen, además, que si no lloro es por puro formalismo. Hoy uno de los chicos, al modo de Gila y el sé quién ha matado a alguien, le decía a otro, ¿quién era quien jugaba con Suiza el otro día? ¿Con quién fue con quién ganó?, hasta que le he dicho, Mira, M., si lo que quieres es que comentemos el partido de España con Suiza, lo hacemos, pero cuidado, porque España es el primer partido que juega, todavía hay tiempo y voy a poner toda mi buena onda para que mis influencias magnéticas lleguen hasta Sudáfrica y el próximo partido (que ni sabía cuál sería) gane por goleada. Luego me han dicho que juega con Honduras y yo, como alguien muy sabiamente me dijo el otro día, les he recordado que no había enemigo pequeño, aunque sean bajos de estatura.
Conclusión final, he acabado hablando de fútbol, a pesar de que todavía me cuesta distinguir los fuera de juego.
¡¡¡Qué cosas hace el Mundial!!!
(Por cierto, espero que Quino me perdone por el montaje de Mafalda sobre la pelota)

martes, mayo 18, 2010

Responsabilidad y mundo futuro

Os recomiendo un artículo publicado por Leopoldo Abadía en "El Confidencial". Al margen del concepto de capitalismo que deja entrever, sobre lo que no voy a opinar ahora, es muy interesante su reflexión sobre la herencia y la responsabilidad (responsabilidad de los padres hacia los hijos pero también de los hijos hacia sus propias vidas y hacia "su" mundo), pues de eso se trata: no hay que "dejar" ningún "mundo", todo hecho y resuelto, a nuestros hijos, pobrecitos, que no se tengan que tomar ningún esfuerzo, sino procurar que ellos estén preparados, en todos los aspectos, para adaptarse a un futuro que será responsabilidad, más que de nadie, de ellos mismos.
Aquí os copio el artículo citado:

Me escribe un amigo diciendo que está muy preocupado por el futuro de sus nietos. Que no sabe qué hacer: si dejarles herencia para que estudien o gastarse el dinero con su mujer y que “Dios les coja confesados”.

Lo de que Dios les coja confesados es un buen deseo, pero me parece que no tiene que ver con su preocupación.

En muchas conferencias, se levanta una señora (esto es pregunta de señoras) y dice esa frase que a mí me hace tanta gracia: “¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?” Ahora, como me ven mayor y ven que mis hijos ya está crecidos y que se manejan bien por el mundo, me suelen decir “¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros nietos?”

Yo suelo tener una contestación, de la que cada vez estoy más convencido: “¡y a mí, ¿qué me importa?!” Quizá suena un poco mal, pero es que, realmente, me importa muy poco.

Yo era hijo único. Ahora, cuando me reúno con los otros 64 miembros de mi familia directa, pienso lo que dirían mis padres, si me vieran, porque de 1 a 65 hay mucha gente. Por lo menos, 64.

Mis padres fueron un modelo para mí. Se preocuparon mucho por mis cosas, me animaron a estudiar fuera de casa (cosa fundamental, de la que hablaré otro día, que te ayuda a quitarte la boina y a descubrir que hay otros mundos fuera de tu pueblo, de tu calle y de tu piso), se volcaron para que fuera feliz… y me exigieron mucho.

Pero ¿qué mundo me dejaron? Pues mirad, me dejaron:

1. La guerra civil española
2. La segunda guerra mundial
3. Las dos bombas atómicas
4. Corea
5. Vietnam
6. Los Balcanes
7. Afganistán
8. Irak
9. Internet
10. La globalización

Y no sigo, porque ésta es la lista que me ha salido de un tirón, sin pensar. Si pienso un poco, escribo un libro. ¿Vosotros creéis que mis padres pensaban en el mundo que me iban a dejar? ¡Si no se lo podían imaginar!

Lo que sí hicieron fue algo que nunca les agradeceré bastante: intentar darme una muy buena formación. Si no la adquirí, fue culpa mía.

Eso es lo que yo quiero dejar a mis hijos, porque si me pongo a pensar en lo que va a pasar en el futuro, me entrará la depre y además, no servirá para nada, porque no les ayudaré en lo más mínimo.

A mí me gustaría que mis hijos y los hijos de ese señor que me ha escrito y los tuyos y los de los demás, fuesen gente responsable, sana, de mirada limpia, honrados, no murmuradores, sinceros, leales… Lo que por ahí se llama “buena gente”.

Porque si son buena gente harán un mundo bueno. Y harán negocios sanos. Y, si son capitalistas, demostrarán con sus hechos que el capitalismo es sano. (Si son mala gente, demostrarán con sus hechos que el capitalismo es sano, pero que ellos son unos sinvergüenzas.)

Por tanto, menos preocuparse por los hijos y más darles una buena formación: que sepan distinguir el bien del mal, que no digan que todo vale, que piensen en los demás, que sean generosos… En estos puntos suspensivos podéis poner todas las cosas buenas que se os ocurran.

Al acabar una conferencia la semana pasada, se me acercó una señora joven con dos hijos pequeños. Como también aquel día me habían preguntado lo del mundo que les vamos a dejar a nuestros hijos, ella me dijo que le preocupaba mucho más qué hijos íbamos a dejar a este mundo.

A la señora joven le sobraba sabiduría y me hizo pensar. Y volví a darme cuenta de la importancia de los padres. Porque es fácil eso de pensar en el mundo, en el futuro, en lo mal que está todo, pero mientras los padres no se den cuenta de que los hijos son cosa suya y de que si salen bien, la responsabilidad es un 97% suya y si salen mal, también, no arreglaremos las cosas.

Y el Gobierno y las Autonomías se agotarán haciendo Planes de Educación, quitando la asignatura de Filosofía y volviéndola a poner, añadiendo la asignatura de Historia de mi pueblo (por aquello de pensar en grande) o quitándola, diciendo que hay que saber inglés y todas estas cosas.

Pero lo fundamental es lo otro: los padres. Ya sé que todos tienen mucho trabajo, que las cosas ya no son como antes, que el padre y la madre llegan cansados a casa, que mientras llegan, los hijos ven la tele basura, que lo de la libertad es lo que se lleva, que la autoridad de los padres es cosa del siglo pasado. Lo sé todo. TODO. Pero no vaya a ser que como lo sabemos todo, no hagamos NADA.

P.S.

1. No he hablado de los nietos, porque para eso tienen a sus padres.
2. Yo, con mis nietos, a merendar y a decir tonterías y a reírnos, y a contarles las notas que sacaba su padre cuando era pequeño.
3. Y así, además de divertirme, quizá también ayudo a formarles.

A tener en cuenta, con la ventolera que sopla...

"El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas."

William George Ward

sábado, febrero 06, 2010

El circo de la mariposa



Volvamos a Plutón

No es por insistir en un tema ya tratado, pero que algo pasa con Plutón, pasa, ¿no se nos habrá enojado por decirle planeta enano?

Los colores de Plutón

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Plutón está cambiando de color y sus capas de hielo se están moviendo, según anunciaron los astrónomos tras ver las fotografías tomadas por el telescopio espacial Hubble. Las imágenes muestran a un Plutón mucho más rojo de los que estuvo en las últimas décadas, algo que ha sorprendido a los expertos. Hasta ahora, el color del planetoide era una combinación de amarillo con naranja, pero los astrónomos aseguran que es de un 20% más rojo de lo que solía ser. Las fotografías muestran hielo de nitrógeno creciendo y encogiéndose, volviéndose más claro en el norte y más oscuro en el sur. Los astrónomos aseguran que Plutón está cambiando más que las superficies de otros cuerpos en el sistema solar. Ese es un hecho sorprendente porque una estación dura 120 años en algunas regiones de Plutón.
(Fuentes: www.eldia.com.ar



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sábado, enero 16, 2010

Eclipse solar




Creo que estas imágenes no necesitan muchos más comentarios, son hermosas por sí mismas, pero para los que quieran saber a qué pertenecen, se deben al último eclipse solar que se ha visto en nuestro planeta. Desde África, Asia y Oceania. Hasta el año tres mil y pico no se volverá a ver otro eclipse tan largo (11 minutos), como para entonces no sé cuántos de aquí vamos a estar, disfrutemos de estas imágenes ahora.

viernes, enero 15, 2010

Haití por Eduardo Galeano

La historia silenciada: Haiti
Eduardo Galeano 4 de abril de 2004

El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.

Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.

Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.

Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. (cuando los poderosos no quieren, que se lo digan a Nicaragua y toda latinoamérica)Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.

De la maldición blanca, no se habló.

La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?

—El anterior.

—Pues, que se restablezca.

Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.

Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.

A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.

En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.

En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.
La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.

Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.

Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.

Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.

En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso.
Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.

En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.

Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.

Extraído de http://snakesdreamer.spaces.live.com/blog/cns!FFB0713CED428276!4349.entry

jueves, enero 14, 2010

Requiem por Haití

Lamentablemente volvemos a hablar de muerte en este blog. Ahora se trata de la muerte de más de 100.000 personas víctimas de la pobreza y la injusticia. Porque en mi opinión son estas las principales causas del desastre que el pasado día 12 asoló el oeste de esta isla caribeña y particularmente su capital, Puerto Príncipe.
Se culpa a la naturaleza y es cierto que la violencia de la Madre Gea se ha ensañado contra aquellos que ya soportaban otras múltiples desgracias. Sin embargo, me pregunto si las consecuencias habrían sido las mismas, incluso dada la magnitud del desastre, si este país hubiera contado con otras infraestructuras, si las condiciones de habitabilidad hubieran sido otras, si la pobreza y la historia no hubiera condenado ya de antemano a este pueblo al desamparo ante cualquier desgracia del tipo que sea.
Admito que la proporción del seísmo ha sido lo suficientemente importante como para que, incluso en un país mejor equipado, la situación fuera trágica pero no en esta medida.
He oído decir pues en estas horas que "la naturaleza se ceba con los más pobres". La naturaleza es la misma para todos, son los sistemas sociales, económicos y políticos los que no son los mismos para todos. Lo que en un sitio puede ser una calamidad, en otro será una tragedia y en otro la aniquilación.

Lloro desde aquí la desgracia del pueblo haitiano y deseo que, con la ayuda de todos y con la dignidad que ha demostrado ya en otros momentos de su historia, sepa de nuevo ponerse en pie y abrir caminos frente a la adversidad.

Nota: Entre otras instituciones y organismos no gubernamentales Cruz Roja ha puesto en marcha un operativo humanitario por Haití, más información aquí.

lunes, enero 11, 2010

Lhasa de Sela emprende su último viaje

El pasado 1 de enero murió, en su casa de Montreal, a consecuencia de un cáncer, esta cantante canadiense, nómada, de familia mejicana y estadounidense, que llevaba por nombre el de la capital del Tíbet.
Se ha ido con el Año Nuevo. Curiosamente una de sus canciones lleva el título "Para el fin del mundo o el Año Nuevo". El inicio de un nuevo año se hizo fin.
Tenía sólo 37 años de edad, una breve discografía compuesta por 3 compactos ("La llorona", "The living road" y "Lhasa"), unos ojos rasgados y una voz que alguien ha calificado de "ancestral".
Lhasa de Sela era para mí una voz mágica y evocadora. Mientras escribo estas líneas escucho algunas de sus canciones, su "Con toda palabra". Su modo tan singular de interpretar, su música mestiza y sus letras fuera de lo común acompañan como pocas la Soledad y el Encuentro (con uno mismo y con los demás).



• El programa de Radio 3, Músicas posibles recupera el concierto que Lhasa ofreció en el festival "La Mar de Músicas", Cartagena, en 2004:

Músicas Posibles: Lhasa de Sela (09 enero 2010)



• Necrológicas:
Público 04/01/10
El País 05/01/10
El País 11/01/10